lunes, 17 de mayo de 2010

7.4. El difícil retorno. Los que se quedan.

En las emigraciones de comienzos de este siglo, los españoles que se iban a América lo hacían con la intención de establecerse allí indefinidamente o con la idea de volver triunfantes, al cabo de muchos años. Los emigrantes de los años 60 a Europa veían en cambio la emigración como un remedio inmediato a sus problemas económicos y laborales que esperaban dejar solucionados en pocos años mediante el ahorro que les permitiría comprar el piso que anhelaban o establecer el pequeño negocio que les diera para vivir.

El retorno ha sido, y lo sigue siendo, la más profunda aspiración de los emigrados a Europa. Para hacerlo pronto posible ahorrarán hasta límites inverosímiles.

Hablar de ahorro emigrante es hablar de una voluntad férrea que impone unos modos de vida de austeridad impresionante. Comprendiendo que a mayores restricciones de gastos, a mayores privaciones, el nivel de ahorro sube y el periodo de permanencia baja; separaciones familiares durísimas- mujer e hijos a los que se ve solamente una vez al año- vivienda forzosa o voluntariamente reducidas a niveles ínfimos, por no decir infrahumanos, régimen alimenticio frugal, rozando el mínimo de calorías para hacer frente a la fatiga y al clima, ausencia de consumo y caprichos –tabaco, alcohol, bebidas, cine, etc.

La dura realidad terminaba imponiendo a la mayoría de los emigrados el permanecer más tiempo del que inicialmente pensaban. Porque se producía un desajuste entre lo que pensaban ahorrar y lo que realmente podían ahorrar. O porque una vez ahorrado lo necesario para comprar un piso en España, se daban cuenta de que con sólo resolver el problema de la vivienda, no por ello ya podían retornar. Necesitaban también encontrar un trabajo o poder montar un pequeño negocio (una tienda, un taller, un taxi, un bar, un terreno, comprar ganado...). Incluso ocurría que algunos que retornaban, al cabo de poco tiempo tenían que volver a la emigración renunciando por otra temporada a su más íntimo anhelo.

La decisión de regresar a España se manifestaba con más constancia en los emigrantes que residían en Alemania y Suiza, donde la integración y el conocimiento del idioma presenta mayores dificultades. Los emigrados que expresaban menos deseos de regresar eran los que residían en Francia. La viabilidad del retorno dependerá siempre de la unidad familiar, de la actitud de los hijos, la segunda generación, por lo común más integrada en el país de acogida, y, desde luego, dependerá de las posibilidades reales de encontrar un trabajo en España.
A partir del año 1974 y hasta 1980 la crisis derivada del encarecimiento del petróleo redujo progresivamente las salidas y alentó los retornos de emigrantes que de nuevo se incrementarían a finales de los 80 hasta el momento actual.

A finales de 1993, la población española que vive en Europa ascendía a 551.451 personas, de las que 430.000 residen en países de la Unión Europea. Estos emigrados no responden ya, en su inmensa mayoría, a la vieja imagen del emigrante esperando el tren o el barco junto a una vieja maleta atada con cuerdas.

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